Según cuenta, el conde Chesterfield, se dio cuenta de que los sillones habituales del Siglo XIX no permitían mantener una postura erguida, lo cual tenía dos consecuencias negativas. Por un lado, era imposible mostrarse ante los demás tal y como exigían los cánones. Y, por otro lado, se deslucía las vestimentas de la época por lo que encargó un sofá especial a un ebanista.
Fue así como nació el sofá Chesterfield, el cual ha sobrevivido hasta nuestros días, convirtiéndose en todo un clásico. Pasó de los clubs ingleses más selectos hasta las viviendas de las familias adineradas de la época, y siguió evolucionando hasta llegar hasta el día de hoy.
Hay una serie de características que definen a este tipo de sofás; peculiaridades muy marcadas que hacen de ellos piezas únicas e inconfundibles:
- Los brazos y el respaldo del sofá se encuentran a la misma altura. Una propiedad muy significativa ya que la mayoría de sofás tienen el respaldo por encima de los brazos.
- En cuanto a los brazos, éstos tienen forma de voluta; son curvados.
- Las patas de sofá Chesterfield son de metal o madera y tiene una longitud muy corta; además, son torneadas.
- El respaldo está tapizado en capitoné, por lo que ofrece un aspecto muy cómodo. Se trata de un tapizado acolchado con una serie de botones repartidos de forma geométrica por el tapizado.
- El material que se utiliza va desde la piel hasta las telas de distintas texturas. Originalmente, el material utilizado era el cuero, especialmente en tres tonos: granate, marrón o verde.
Actualmente, el sofá Chesterfield es uno de los más cotizados de todo el mundo. Una de sus grandes ventajas es que encaja en cualquier estilo decorativo; desde el clásico hasta el vintage o incluso el industrial. Eso sí, hay que tener en cuenta que este sofá tiene muchísimo peso visual; por lo tanto, para que luzca como se merece, hay que equilibrar muy bien el resto de la decoración.
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